JOAQUÍN RODRIGO 2020. Relato biográfico para jóvenes
Joaquín Rodrigo: el niño, el joven, el hombre
Joaquín está solo en el columpio. Sus amigos juegan, se ríen y cantan. Pero él solo los escucha cantar. En su mundo de tinieblas, solo se percibe el arrullo de las palomas, el agua de los surtidores de las fuentes, el crepitar del fuego y el susurro de las hojas de los naranjos de su Sagunto natal. En cualquier otro lugar de Valencia y del mundo, ser ciego es, a principios del siglo XX, una desgracia y una condena.
Pero Joaquín es diferente. No le interesa lo que a los otros niños porque él no es como los demás. Él es compositor, aunque aún no lo sabe. Lo que sí es desde el principio es un soñador. Sueña tanto de día como de noche, puesto que en su mundo de sombras, la luz la crea él.
Joaquín sueña y sueña, y cuando le toca estudiar, él ya sabe que quiere ser músico, y poco le importa la opinión de sus padres al respecto. Ellos creen que su hijo va a ser un pobre de solemnidad, ciego y músico, pero los pobres -de espíritu- eran ellos. No supieron ver su vocación, a pesar del ímpetu que muestra el joven Joaquín por aprender música.
En 1923, con poco más de 22 años, Joaquín es un joven pero avezado pianista y estudiante de composición. Sus primeras composiciones datan de esa época y pronto empiezan los primeros éxitos. Éstos le impulsan, en cuanto su vida se lo permite, a dejar su tierra natal para mudarse a París donde aprende de la mano del por entonces consagrado maestro francés Paul Dukas. Allí, conoce a otros grandes compositores españoles y extranjeros, como Falla, Ravel o Stravinsky. Todos ven en él a la persona tenaz y brillante que es. Destaca entre sus coetáneos, pero no por su ceguera, por su música.
La música es quién une su destino al de la que a la postre sería su compañera de vida, Victoria Kamhi, una joven pianista turca que queda prendada, en 1926, de su Preludio al Gallo Mañanero. Esta obra para piano, inspirada en el canto del mismo, propicia un primer encuentro entre ambos en un momento inadecuado, ya que Victoria estaba prometida en un matrimonio de conveniencia a un pariente turco. Tuvieron que pasar siete años, hasta 1933, para que el amor que ambos sentían, contra viento y marea, se viese consagrado en el altar. Poco después, en 1935, Joaquín consigue una prórroga de la beca Conde de Cartagena y deciden marcharse a vivir a Alemania. Baden-baden y la Selva Negra hacen que Rodrigo enriquezca su obra con los cantos de los pájaros, entre ellos el cuco. Éste se volvería una suerte de firma musical, ya que Joaquín lo introduce en algunas de sus obras más universales, como la Fantasía para un Gentilhombre.
Tras capear la Guerra Civil Española, Joaquín Rodrigo compone en París la que será su obra más conocida, el Concierto de Aranjuez. En la antesala del éxito nace la que sería su otra gran obra: su única hija, Cecilia. Coincide el nacimiento de Joaquín, el 22 de noviembre de 1901, con el día de Santa Cecilia
quien es, precisamente, la patrona de la música.
Joaquín, el niño ciego cuyos padres despreciaron sus dotes musicales se convirtió en un joven apuesto que vivió en París unos años de enriquecimiento tanto a nivel personal como artístico y se convirtió, pasados los cuarenta, en el gran Maestro Rodrigo cuya obra universal es y será eterna.
Como él decía: “Creando influimos sobre la inmortalidad, colaboramos en ella”.
“Un joven admirador que tuvo la suerte de jugar con el Maestro”
1909. Joaquín Rodrigo el día de su primera comunión |
saludos desde México, yo soy ciego, y Joaquín Rodrigo me inspiró a estudiar música de manera profesional.
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